Walter Reed y el terror del vómito negro EDITORIAL SEPTIEMBRE 2019.

Walter Reed y el terror del vómito negro EDITORIAL SEPTIEMBRE 2019. Alejandro Alfredo Aguirre Flores. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Copyright 2019        Cuando hablamos de la fiebre amarilla, hablamos de una enfermedad capaz de diezmar ejércitos completos. La primera epidemia confirmada y registrada en América se originó en Barbados (Centro América) en 1647 [1], desde…

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Walter Reed y el terror del vómito negro

EDITORIAL SEPTIEMBRE 2019.

Alejandro Alfredo Aguirre Flores.

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Copyright 2019

 

     Cuando hablamos de la fiebre amarilla, hablamos de una enfermedad capaz de diezmar ejércitos completos. La primera epidemia confirmada y registrada en América se originó en Barbados (Centro América) en 1647 [1], desde entonces la enfermedad se fue convirtiendo en una verdadera pesadilla, no solo para los centroamericanos, si no también poblaciones del resto de América y África, especialmente en zonas tropicales. Sus consecuencias, de forma particular entre Estados Unidos, el Caribe y Europa trascendió al plano geopolítico, fue sin duda un factor que influenció el proceso independentista cubano, conflicto bélico que enfrento a España y Estados Unidos en 1898, concluyendo con la independencia de la mayor isla caribeña.

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En este contexto, la fiebre amarilla significó un gran problema para ambos bandos y descubrir sus causas se volvió prioritario. Esta necesidad pone en el tablero de guerra al Mayor Walter Reed, un ilustre médico militar norteamericano, quien como bacteriólogo resolvió el dilema del “vomito negro” como era llamada en ese entonces la enfermedad. En el presente editorial, Mi Septiembre Rojo rinde homenaje al referido personaje en su natalicio número 168, mismo que se conmemora este 13 de septiembre, pretendiendo principalmente difundir la impresionante y hasta heroica historia que protagonizó el campamento del Dr. Walter Reed, pionero de la bacteriología norteamericana. Cuando hablamos de la fiebre amarilla, hablamos de una enfermedad capaz de diezmar ejércitos completos. La primera epidemia confirmada y registrada en América se originó en Barbados (Centro América) en 1647 [1], desde entonces la enfermedad se fue convirtiendo en una verdadera pesadilla, no solo para los centroamericanos, si no también poblaciones del resto de América y África, especialmente en zonas tropicales. Sus consecuencias, de forma particular entre Estados Unidos, el Caribe y Europa trascendió al plano geopolítico, fue sin duda un factor que influenció el proceso independentista cubano, conflicto bélico que enfrento a España y Estados Unidos en 1898, concluyendo con la independencia de la mayor isla caribeña.

 

Los primeros pasos del prodigio

 

     Walter Reed, nació en Belroi – Condado de Gloucester (Estado de Virginia), un 13 de septiembre de 1851. Sus padres fueron Lemuel Sutton Reed y Pharaba White, su padre se desempeñó como “ministro” metodista, corriente cristiana de orígenes británicos, sin embargo, como menciona Bean WB, [2] su infancia fue humilde; él y sus cuatro hermanos fueron enviados a la Universidad de Virginia, Walter era el menor y el que buscara terminar sus estudios lo antes posible para preservar las finanzas familiares, característica propia de un hombre noble y austero, termina siendo el graduado más joven de la Facultad de Medicina de la Universidad de Virginia, egresando a los 17 años y recibiendo finalmente su título de médico a los 18 años de edad [3], mérito singular de un estudiante prodigio.

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Universidad de Virginia

Su formación continuó en el Instituto Médico del Hospital de Bellevue, primer hospital civil del Nueva York y el más antiguo de los Estados Unidos. La jurisdicción del Instituto estaba regida por la Universidad de Nueva York [4]. Donde obtuviera dos cosas: en primer lugar, su segundo doctorado en 1870 y segundo, una total decepción por la medicina civil [3] algunos de los autores mencionan que esta etapa de la vida de Walter fue crucial porque la U. de New York desafió sus capacidades que debían distribuirse entre lo académico y sus responsabilidades clínicas. en 1873 fue designado como Inspector de Sanitario de la Junta de Salud de Brooklyn, se mantuvo hasta 1875 como miembro del Consejo de Salud de Nueva York y un año más tarde contrae nupcias con Emilie Lawrence con quien tiene dos hijos, su primer hijo llamado Lorenzo y su segunda una niña, es importante mencionar que el gran corazón de Reed hace que su esposa acepte adoptar a una niña india que encontró en uno de sus campamentos fronterizos.

 

Su servicio en el Ejército Norteamericano

 

     A los 24 años aprueba el examen de ingreso del Cuerpo Médico del Ejercito de los Estados Unidos siendo uno de los 30 aprobados de 500 aspirantes y muy seguramente el desapego producido por la desarticulación de su familia facilito su adaptación al mundo militar. Su decisión se enmarcó probablemente motivada por la estabilidad económica que el ejército le podría proporcionar y a su vez las relativas oportunidades profesionales; efectivamente en 1875 posteriormente a su ingreso se desempeño por 14 años como cirujano en la frontera estadounidense [3]. Su trabajo inicialmente se centró en el tratamiento de heridos sean estos minadores, soldados o indios nativos y al contrario de lo que pensaba su salario era bajísimo; gran parte de su trabajo fue “ad honorem” al servicio de la salud. Con el tiempo, su anhelo por formar parte de la “Revolución científica” de la época fue creciendo hasta que en 1893 cuando regresa a la academia para fortalecer sus conocimientos científicos.

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La bacteriología, su verdadera vocación.

 

     Como se mencionó, en 1893, Reed decide regresar a la academia, después de ser animado por su amigo el cirujano general Hyde Baxter en 1890. Después de terminar con éxito en uno sus últimos viajes el curso avanzado en patología y bacteriología del emblemático Laboratorio de Patología del Hospital Universitario John Hopkins. Desde entonces se desempeñó como auditor y catedrático de los mismos cursos que ofrecía la mencionada universidad [3]. Allí aprendió los principios fundamentales del método científico haciendo contactos importantes en el tiempo que comprendió su entrenamiento. A la par ejerció como catedrático de Bacteriología y Microscopia Clínica de la recién inaugurada (1893) Escuela Médica del Ejército de la Universidad George Washington donde en los próximos siete años, realizó importantes investigaciones independientes en etiología, control y transmisión de enfermedades [5], como el estudio sobre el bacilo del cólera porcino y manifestaciones hepáticas microscópicas producidas por la fiebre tifoidea.

Un dato muy interesante es que fue designado como responsable del Museo Médico del ejercito que más tarde sería el famoso NMHM, “Museo Nacional de Salud y Medicina”. Una de las primeras investigaciones que allí realizo Reed fue la investigación y examinación de una epidemia de fiebre tifoidea transmitida en el agua, heces y fómites entre los miembros de las tropas norteamericanas, sus resultados fueron trascendentales para la prevención a cardo del Departamento de Guerra de los Estados Unidos, este importante hecho lo catapulta a la investigación más importante de su vida, la fiebre amarilla en Cuba.

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Entorno a la fiebre tifoidea

 

     En primer a instancia, la investigación que apertura sus habilidades como microbiólogo, como ya se ha dicho fueron los estudios que realizó sobre la fiebre tifoidea, esta investigación se lleva a cabo durante la Guerra Hispanoamericana, entre abril a agosto de 1898. La Fiebre Tifoidea se esparció entre las tropas con un aproximado de 1.500 muertes de 20.738 casos reportados de un total de 272.000 soldados estadounidenses [3]. La reciente fama de Reed por sus investigaciones lo convierten en presidente de la Junta Médica bajo órdenes del General George Sternberg, mismo quien lo recomendó inicialmente. Dicha Junta estaba conformada por afamados epidemiólogos quienes con Reed recopilaron información necesaria para dar con el origen de la enfermedad. Entre los métodos que emplearon fue el frotis sanguíneo y diversas pruebas serológicas para determinar la presencia o ausencia de la enfermedad entre los soldados.

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Mediante análisis muy cuidadosos se fue trazando la ruta de la enfermedad, donde Reed empieza a sospechar de la calidad del agua y la establece como fuente de contagio. Sus colegas lo corroboraron aduciendo que era el medio perfecto para que insectos, especialmente moscas que hayan tenido contacto con orina o heces de los enfermos propagando de esta manera la enfermedad. Posteriormente se demostró que estos anfitriones eran portadores del “bacilo de la Tifoidea”, bacteria que tradicionalmente ha sido llamada como “bacilo de Eberth” (Salmonella entérica).

Reed advirtió que los portadores de la enfermedad arrojaban un aproximado de mil millones de bacilos en las heces sin manifestar la enfermedad, mecanismo conocido para la difteria en esa época. De esta manera Reed con sus observaciones cambia el enfoque sanitario de la milicia promulgando mejoras en el manejo de aguas residuales principalmente [3] y en consecuencia la disminución de contagiados entre las filas militares, lastimosamente jamás se le reconoció adecuadamente por su aporte entorno a esta enfermedad.

 

El espantoso “Vomito negro”, la investigación que lo hizo trascender

 

     El siglo se aproximaba a su fin y la reputación de Reed con la tifoidea entre los médicos militares crecía. Es así como en 1900 Walter Reed es nombrado Jefe de la Comisión para el estudio de la fiebre amarilla. Todo el Caribe estaba infectado de fiebre amarilla, y parecía ser un tema que se le salía de las manos a los organismos sanitarios norteamericanos, el momento no era oportuno para una epidemia, Estados Unidos y España vivían el momento más álgido de sus tensiones políticas por la guerra y las bajas por la enfermedad eran elevadas.

Antes de la llegada de Reed y por los mismos antecedentes de la fiebre tifoidea se saneó hasta el último rincón de los campamentos y a juicio de Paul De Kruif, eminencia en bacteriología, “no quedó piedra sin remover”, pero las bajas no cesaron y el miedo se empezó a esparcir entre los altos oficiales del ejército, dado que altos mandos empezaron a perecer como el General Lonard Wood, se hizo evidente que el asunto iba más allá de la sanidad. Los altos mandos militares comunicaron el estado de las cosas en San Cristóbal de la Habana, la enfermedad mataba más soldados que las mismas balas de los españoles [6].

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En este contexto, el 25 de junio de 1900, llega a La Habana, ya en grado de comandante el Dr. Walter Reed a la localidad de Quemados y bajo la orden expresa de “prestar especial atención a los asuntos relacionados con la etiología (causa) y prevención de la fiebre amarilla”. Los médicos militares James Carrol, Jesse Lazear y Aristides Agramonte (cubano) fueron designados en la misión de Reed y desempeñaron un papel crucial en la investigación. El panorama inicial de Reed en el Hospital de Las Animas notó un número excesivo de jóvenes soldados aquejados por el “vomito negro”.

La comisión formada por estos cuatro científicos empezó con sus estudios, se realizaron tomas de muestras de sangre, infinitos frotis, cultivos, pruebas y autopsias que eran la especialidad de Agramonte, escogido por ya haber sobrevivido a la enfermedad y por tanto inmune, y no arrojaron NINGUN RESULTADO. Técnicamente en un inicio la comisión presidida por Reed había sido un fracaso. ¿pero qué es el fracaso para la ciencia, si no una oportunidad para acercarse a la verdad?, el fracaso del que hablamos se centra en que no se encontró ninguna bacteria ni si quiera en los casos más graves como Reed esperaba en los 18 casos iniciales que abordó, cuatro de ellos fallecieron [6].

La inexistencia de un “bacilo” propio de la fiebre amarilla como ingenuamente Reed esperaba por las hipótesis de su superior el General George M. Sternberg existiera un bacilo como en la fiebre tifoidea, esto hizo que considerara otros factores o más bien dicho otras opiniones. Sus oídos se enfocaron en la hipótesis establecida por el Dr. Carlos Finlay, ilustre médico cubano miembro de la Academia de Ciencias de la Habana en 1872, quien documentara y planteara que “el mosquito “culex” como se llamaría en un inicio, luego Stegomyia fasciata, actualmente Aedes aegypti, debe ser considerado hipotéticamente como agente de transmisión de la fiebre amarilla [7]” este sabio científico fue ignorado por mucho tiempo pese a tener toda la razón, en realidad es quien debería poseer gran parte del crédito que se le atribuyó a Reed, de hecho quien le entregase los mosquitos para que Reed pueda conseguir la experimentación científica fue el mismísimo Carlos Finlay.

 

A propósito de Carlos Finlay, puedes encontrar más información en nuestro especial: Precursores de la Medicina Latinoamericana (Parte V. CARLOS FINLAY)

 

De ser cierto, Reed esperaba que la enfermedad se expresara al cabo de 2 o 3 semanas como es en el caso de la malaria, es importante decir que estaba muy bien informado de los trabajos que llevaba a cabo en torno a esta enfermedad el Dr. Henry Rose. Pese a estas evidencias el General George M. Sternberg lo convenció de abandonar la idea del mosquito y centrarse en el bacilo, basándose en las investigaciones de Sanarelli quien en 1897 afirmaba haber aislado al bacilo Bacillus icteroides. Reed no estando del todo convencido y con más dudas que respuestas consideró que el mal no era de orígenes bacterianos, fundamentándose en que la enfermedad persistió pese a que toda La Habana fue saneada [3]. Pese a ello y por ser un científico muy metódico no descarto al Bacillus icteriodes y lo único que descubrieron es que se trataba del bacilo del cólera, mismo que tenía sus orígenes en África y que se atribuyó su llegada al tráfico de esclavos que aún se practicaba en la región, posible característica en común con la fiebre amarilla.

De esta manera Reed retomó la investigación con el mosquito, y comenzó a realizar experimentación con el famoso “Culex fasciatus”, durante el estudio el Dr. Jesse Lazear contrae la enfermedad (fiebre amarilla) y lastimosamente muere. Reed, profundamente afectado por la muerte de su compañero comienza a sentirse incapaz de resolver el dilema de la fiebre amarilla y ante la premisa de que la enfermedad no atacaba a los animales, irremediablemente la experimentación debía llevarse a cabo con humanos, Reed no estaba dispuesto a sacrificar mas compañeros y empezó a preguntarse ¿cómo es que las enfermeras no contraían la enfermedad? Y una de sus respuestas más importantes: Lazear murió a las 2 semanas de la picadura; ¡FINLAY TENIA RAZÓN!, Walter Reed estaba a punto de resolver el dilema [6].

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La motivación vino de la actitud valerosa del Dr. James Carroll, quien se ofreció voluntariamente para llevar a cabo la experimentación ¿Dónde esta el reconocimiento para este hombre? Carroll que con cinco hijos y 46 años hizo que el mosquito más peligroso de la colección, quien ya había mandado al cementerio a un par y tenía al menos a cuatro en estado grave lo picara un 27 de agosto de 1901 hasta hincharse con su sangre; aquella misma noche ya tenía los ojos hinchados y sangrantes, por varios días se debatió entre la vida y la muerte; en una de las cartas que dirige a Reed, quien estaba rindiendo cuentas en Washington de sus experimentos en Cuba, le dice orgulloso: “comandante fui el primer caso de fiebre amarilla producida por la picadura experimental de un mosquito” Carroll sobrevivió y eso motivó a que los voluntarios se animaran a participar en el procedimiento de Reed, entre ellos William Dean bautizado como “XY” en los experimentos también sobreviviera.

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Reed convenio a sus superiores y solicitó al General Wood 10.000 dólares para la creación del “Campamento Lazear” bautizado así en honor a su entrañable compañero. El campamento cumpliría un importante rol de laboratorio de “campo” para el análisis de resultados de los diseños experimentales que Reed planeaba realizar [3]. El campamento se estableció el 20 de noviembre de 1900, consistió en siete pabellones de hospital de campaña separados entre sí cuya área estrictamente debía funcionar para zona de cuarentena.

Las ofertas empezaron, y se ofreció como recompensa 100$ a cada voluntario y 100$ adicionales si contrajeran la enfermedad, es importante mencionar que la moneda norteamericana en ese momento se encontraba muy bien avaluada y esa cantidad era bastante significativa. Once sujetos fueron infectados con éxito y se controló todos sus signos vitales tres veces al día, estos once infectados presentaron los síntomas a los 12 días de la picadura, increíblemente no hubieron bajas en esta primera etapa, no obstante, no podía decirse que esta experimentación era de tinte confirmatorio por lo que fue necesario siete voluntarios más, divididos en tres grupos, cada grupo fue encerrado por 20 días con ropa de cama de pacientes con la enfermedad, Tara Irland en su artículo “Walter Reed, MD. [3] menciona que los participantes dormían con pijamas empapadas de vómito negro y excremento de los pacientes víctimas de fiebre amarilla, se utilizaron sábanas y cobijas de los pacientes del Hospital de Las Animas, y finalmente ninguno de los voluntarios se infectó los que permitió afirmar que la causa de la enfermedad era transmitida por los mosquitos. En 1901 se demostró que la enfermedad era transmitida por la picadura del mosquito Aedes aegypti, y la confiabilidad de los resultados de Reed se sustentaban incluso en la acción valerosa de Carroll quién confiaba totalmente en las capacidades e hipótesis de su amigo y jefe el comandante Reed.

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Los tres testimonios que corroboraron a Carroll fueron los de Warren Gladsden Jernegan y Levi E. Folk (voluntarios) que fueron recompensados generosamente con trescientos dólares cada uno, lo que en aquellos tiempos era una suma respetable de dinero [6]. El dato final que cerro las conclusiones de Reed fue el de John J. Moran un pequeño “detractor” o más bien escéptico del trabajo del Dr. Reed, sufrió siete picaduras después de un descuido con los mosquitos, no solo que enfermó si no que todo escepticismo desapareció y al parecer Walter Reed y su equipo habían determinado la causa de la enfermedad más espantosa de esa etapa de la historia Norteamérica; la conclusión: “El factor esencial para que un edificio este infectado de la fiebre amarilla es la presencia en el mismo de mosquitos que hayan picado previamente a un individuo infectado”.  Posterior a la publicación no hubo rincón de La Habana que no fuera fumigado, la enfermedad había cobrado varias vidas de soldados españoles mismos que perdieron la guerra en parte, por no poder combatir la enfermedad.

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Años más tarde se determinó que otra causa de transmisión es una transfusión sanguínea procedente de un paciente durante los tres primeros días de contagio.

 

Adiós a un grande

 

Desgraciadamente para la humanidad, Walter Reed muere tan solo un año y medio después de su descubrimiento, el 22 de noviembre de 1902 tras ser internado con grandes molestias en el abdomen, su apéndice se había reventado produciéndole una horrible peritonitis a los 51 años. Sus restos yacen en el cementerio de Arlington y afortunadamente vivió lo suficiente para ver a Kean y Gorgas ratificarle las causas de la enfermedad. Harvard y la Universidad de Michigan no hicieron esperar sus reconocimientos e incluso el Centro Médico Walter Reed de Washington es llamado así en su honor [3].

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No existe tratamiento conocido para la fiebre amarilla. En 1937, el médico sudafricano Max Theiler desarrolló una vacuna que confiere inmunidad ante la enfermedad. En la actualidad, sigue siendo necesaria la vacunación para todas las personas que viajan a zonas endémicas en esta enfermedad y otras partes del mundo [5].

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Trabajos citados

[1] J. R. McNeill, «Yellow Jack and Geopolitics: Environment, Epidemics and the Sruggles for Empire in the American Tropics, 1650-1825,» OAH Magazine of History, vol. 3, nº 11, p. 18, 2004.
[2] W. Bean, «Resumen,» de Walter Reed: una biografía, Charlottesville, Virginia, University Press of Virginia. ISBN: 0813909139, 1982, pp. xiv-190.
[3] T. E. Irland, «Giants in the field of microbiology. WALTER REED, MD,» Primary Care Update for OB/GYNS, vol. 10, nº Issue 5, pp. 231-234, september-october 2003.
[4] M. Crosby Caldwell, de The American Plague, Nueva York, Berkley Books, 2006, p. 134.
[5] Company Malonda, Alicia, «Microbiologos Ilustres,» Facultad de Enfermería, Universidad Católica de Valencia, 17 12 2007. [En línea]. Available: http://microilustres.blogspot.com/2007/12/reed-walter-1851-1902.html. [Último acceso: 11 09 2019].
[6] P. De Kruif, «Capítulo 11. Walter Reed. En interés de la ciencia y por la humanidad,» Libros Maravillosos, 2001. [En línea]. Available: http://www.librosmaravillosos.com/cazadoresdemicrobios/index.html#capitulo11. [Último acceso: 13 09 2019].
[7] P. Naranjo, «CARLOS FINLAY,» de Precursores de la Medicina Latinoamericana, Quito, Editorial Universitaria, 1978, pp. 128-129.

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¡FELIZ CUMPLEAÑOS WALTER REED!

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